Lea: Informe "Crónica de un Engaño" (IWGIA-ODECOFROC)

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Los intentos de enajenación del territorio fronterizo Awajún en la Cordillera del Cóndor a favor de la minería

Nuestra historia


Está ampliamente documentada y establecida la ocupación continuada de la amazo¬nía occidental, al sur del Perú y norte de Ecuador, por los pueblos jívaro a quienes los etnohistoriadores se refieren como “conjunto jívaro”. Además, las poblaciones históri¬cas de habla Jívaro habrían ocupado extensas áreas en zonas serranas de los actuales territorios peruano y ecuatoriano. Mientras que los jívaro andinos y sus lenguas se han extinguido, el conjunto jívaro amazónico (Awajún, Wampis, Achuar, Shuar), con¬serva en gran medida su ubicación territorial, mantiene gran vitalidad cultural, y en general experimentan procesos significativos de crecimiento demográfico.

Por su ubicación, el conjunto jívaro amazónico tuvo contacto con diversas pobla¬ciones prehispánicas, incluyendo relaciones con poblaciones de la costa norte pe¬ruana plasmados en la iconografía y mitología. Estos contactos se vieron, facilitados por la existencia de abras de la cordillera que en esa región alcanza menor altitud, la continuidad del clima en algunos tramos, y la gran cercanía entre las cabeceras de los ríos de la costa y la selva. Hocquenheim sostiene que la influencia de los Sicán, cultura que desarrolló el bronce a base de cobre arsenical, llegó hasta la actual zona conocida actualmente como Bagua hacia el siglo IX d.C. Referencias míticas a estos contactos parecen expresarse en la tradición jívaro que se refiere a los enfrentamien¬tos con Yuk Iwa. El hallazgo de algunos objetos de diversas tradiciones culturales en territorio Awajún reflejaría la existencia de flujos de intercambio material, inclu¬yendo objetos de metal hallados reportados por Guallart (1990: 39; 1997: 88-90) en Shamatak y a orillas del río Comaina , en la parte alta de la cuenca del Cenepa.

El imperio Inca nunca llegó a tener control del actual territorio Awajún, aunque sí integró administrativamente, por medios militares y de alianzas políticas, a algunos segmentos Palta y Guayacundo del conjunto Jívaro andino. La conquista inca de los Guayacundo ocurrió durante el gobierno del Inca Yupanqui luego de la ocupación de Cajamarca a mediados del siglo XV. Posteriormente, para terminar de asegurar esta zona tuvieron lugar extenuantes guerras en el gobierno de Huayna Cápac. Las crónicas refieren las dificultades que debieron enfrentar los Inca en sus intentos de conquistar a los jívaro Bracamoro y Rabona. Estos intentos se dieron primero desde el suroeste, hacia 1490. En esta ocasión los Inca habrían bajado el Marañón en balsas. Un contingente habría llegado hasta el río Cenepa y el Kumain, Kampanak y Num¬patkaim al pie de la cordillera del Cóndor donde se enfrentaron a los antepasados de los Awajún. El otro habría surcado en río Chinchipe donde fueron resistidos por los Bracamoro y los Xoroca. Todavía al tiempo de las guerras civiles entre Huáscar y Atahuallpa, hacia 1520, un ejército Inca avanzó desde el norte hacia el río Chinchi¬pe pero al intentar ocupar la zona de los jívaro Bracamoro el ejército Inca fracasó y “volvió huyendo de la furia de los hombres que en ella mora”, como lo recogió Cieza de León. En la tradición Awajún los Bracamoro de las crónicas son denominados Pakamuru.

La primera entrada española a Bracamoros tuvo lugar por encargo de Pizarro en 1536 y resultó en la fundación efímera de Jerez de la Frontera en las inmedia¬ciones del Pongo de Rentema, en la confluencia del Marañón y el Chinchipe luego refundada en 1543 como Nueva Jerez de la Frontera. También se establecieron como fundaciones españolas los pueblos de Ávila, Perico y Chirinos. Para cuando los es¬pañoles fundaron Jaén los conquistadores hispanos habían hecho avanzadas hacia la región desde el norte y el sur. Por el norte penetraron a la cuenca del Zamora donde fundaron efímeramente Bilbao en 1541. Otras entradas tempranas tuvieron lugar hacia el Yacuambi donde fundaron Zamora de los Alcaides, hoy Macas. En base a estas conquistas la Corona española estableció las Gobernaciones de Bracamoros y Yahuazongos, luego consolidadas en una sola.

En los documentos coloniales tempranos las poblaciones que habitan en el terri¬torio Awajún son designadas con distintos nombres tales como, Xoroca (cabeceras del Numpatkeim y el río Marañón arriba de la confluencia del río Chinchipe hasta el río Cenepa), los Huambuco, los Cungarapa (río Nieva), Guiarra (en el bajo y me¬dio río Santiago). Más tarde se designa a indígenas que viven en Shushunga como Tontón como vecinos de los Xoroca. En el caso del término Guiarra se trataría de una corrupción del término Shuar(a), que se emplea ampliamente entre los jívaro para identificar a distintos segmentos de este conjunto amazónico. Totón estaría relacio¬nado con la localidad de Tutumberos, nombre que todavía lleva un asentamiento Awajún. Por su parte, los Huambuco, conocidos por los Awajún como Wámpuku, en la tradición oral se dice que eran altos, crespos y morenos, por lo que antiguamen¬te se los conocía como Shuwashiwag.

Los documentos del siglo XVI no mencionan con ese nombre a los Awajún. El tér¬mino Aguaruna o Ahuarunes, que supuestamente refiere a la costumbre masculina de tejer, recién figuran en documentos de la primera mitad del siglo XVIII. El mapa de Maldonado de 1750 ubica a los Ahuarunes en la margen derecha del río Santiago cerca de su confluencia con el Marañón. El término Antipas con que se denominó también a los Awajún en la documentación histórica es empleado fundamentalmen¬te en el siglo XIX y derivaría del nombre de un líder local, Nantip (Instituto del Bien Común 2009). En cualquier caso de acuerdo con la tradición Awajún no parece haber existido un único nombre para designar a los antepasados de todos los grupos loca¬les que hoy se identifican como Awajún. Aquellas familias originarias el alto Cenepa son conocidas como Antashiwag, mientras que las del bajo Cenepa son denomina¬das Pinchushiwag.

Aún hoy en día los pueblos jívaro, entre ellos los Awajún y Wampis, ostentan una reputación de pueblos guerreros que se afirma en su firme decisión de defender sus territorios. La capacidad de establecer alianzas entre los diversos grupos locales para la defensa de su territorio es uno de los rasgos más saltantes.

El oro como motivación de la conquista del territorio de los pueblos Jívaro

El temprano interés de la Corona por el control de la región de los jívaro estuvo en gran medida relacionado con los descubrimientos de yacimientos de oro, los que dieron lugar a un modelo de ocupación extractivista. Las primeras minas fueron identificadas por los españoles en la región de Zamora en 1556 lo que impulsó nue¬vos descubrimientos y fundaciones con el fin de obtener encomiendas de indios con las cuales trabajarlas. Al año siguiente se fundaron sucesivamente en las cabeceras del Chinchipe las ciudades de Valladolid y Loyola, Santiago de las Montañas en el río Santiago, Santa María de Nieva en la confluencia del Nieva con el Marañón, Sevilla del Oro y Santa Ana de Logroño de los Caballeros en Yahuarzongos, al norte. Como en la zona occidental estas fundaciones y otros poblados fueron muy inestables.

La zona adquirió creciente importancia cuando los españoles descubrieron las minas de oro de Cangasa e Iranbiza en la cuenca del río Santiago sobre afluentes que nacen en la Cordillera del Cóndor, donde se dice que el oro extraído era de 23 quilates. En estas minas se sumaban a las de Zamora, Valladolid, San Francisco y Nambija. En 1571 había 71 encomiendas de indios en la Gobernación de Bracamo¬ros-Yahuarzongo con un total de 22.270 indios encomendados.

Allí donde los españoles hacían “descubrimientos” y fundaban ciudades la po¬blación indígena quedaba sujeta a las encomiendas y el encomendero recibía el de¬recho de cobrar los tributos a los que estaban obligados los indígenas desde los 14 años, como vasallos “libres” del rey español. Para someter a la población los enco¬menderos y las autoridades empleaban a soldados y los llamados “indios de lanza”, guerreros de otros pueblos indígenas aliados de los españoles. El tributo se pagaba en especie o en servicios personales; en este caso principalmente con oro o trabajo para su extracción. Ya que en esta zona no se llevaron a cabo censos, visitas, ni reta¬sas hasta muy tarde, la arbitrariedad en el cobro de los tributos y el aprovechamiento de la mano de obra indígena fue enorme, incluyendo el hecho de que se obligaba a trabajar a quienes no alcanzaban la edad requerida. Los intentos de conquista fue¬ron continuamente resistidos pero las repetidas epidemias, como las de viruela y sarampión de 1589, contribuyeron a mermar drásticamente la población jívaro en algunas zonas, tanto que 1603 el Presidente de la Audiencia de Quito señalaba, “es lástima que casi se han acabado los naturales”, refiriéndose al ámbito de Yahuarzon¬go (Cuesta 1989: V, 448).

Los abusos y maltratos daban lugar a constantes fugas –castigadas con correrías armadas- y alzamientos locales, como los registrados en la región de las minas del Cangasa en 1569 o el Logroño en 1579. En 1599 ocurrió un levantamiento general de diversos grupos locales jívaro aliados para expulsar a los españoles. Ataques a distintos poblados españoles como Logroño y Sevilla del Oro ocurrieron casi simul¬táneamente con la participación de jívaros del Morona y Santiago, al punto que que¬daron interrumpidas las comunicaciones entre la zona de Santiago de las Montañas y las ciudades de la Audiencia de Quito. El historiador jesuita Velasco recogió la tra¬dición de que en respuesta a la ambición desmedida por el oro, los alzados vertieron oro fundido líquido en la boca de un encomendero.

Después del levantamiento general algunas zonas se cerraron completamente a la presencia española hasta casi el final de la época colonial, como es el caso de Zamora, Logroño y Sevilla del Oro, lo que cerraba el paso hacia el Marañón desde el norte. En el río Santiago los jívaro continuaron hostigando a los habitantes de los asentamientos españoles y las minas de Cangaza quedaron cerradas.

Pero para la Corona y los encomenderos resultaba crucial recuperar las minas de Cangasa y de Zamora y restablecer la seguridad de las rutas de acceso y tránsi¬to, todo ello en territorio Jívaro. De ahí que a lo largo del siglo XVII los españoles hicieron diversos intentos para recuperar y asegurar el ingreso a las minas de Can¬gasa. Todavía en 1678, 1692 y 1695 los españoles hicieron incursiones a la región de Cangasa procurando establecer una ruta a través del Cenepa y el Cucuasa y reabrir la comunicación con Loja. En estas incursiones los españoles tomaron numerosos prisioneros entre los jívaro, particularmente mujeres y niños, que fueron entregados para uso personal de las autoridades. La reacción de los Jívaro del Cenepa, en las zonas de Cangasa y Suririsa fue ahorcar a sus propios hijos para que no pudieran ser “extraídos” por los españoles.

Después de eso quedó cerrada al tráfico y usufructo de los españoles el área com¬prendida entre la margen izquierda del río Santiago y la cuenca del Cenepa y los Awajún de esa última cuenca recuperaron su autonomía. Los españoles continuaron traficando con algunas limitaciones por el río Marañón desde la región de haciendas en el valle del Uctubamba al oeste hasta el Pongo de Manseriche, pero no se volvie¬ron a hacer allí nuevas fundaciones españolas hasta muy tarde en la república.

Al norte, en la víspera de la independencia del Perú la resistencia de algunos grupos Jívaro fue finalmente quebrada desde Cuenca (Ecuador) a partir de lo cual se pudo restablecer, aunque con fragilidad, la comunicación al Marañón vía el San¬tiago. A pesar del interés en las hachas y puntas de lanza de hierro que circulaban por esa ruta, la población jívaro continuó rechazando el establecimiento de gente de afuera entre ellos porque temían las enfermedades que llegaban de allá.

A lo largo del siglo XIX la minería de oro al norte del río Marañón volvió a atraer el interés de las autoridades, tanto que a fines de ese siglo el Pdte. Andrés Avelino Cáceres adquirió con unos socios una concesión minera para trabajar oro aluvial a orillas de sus afluentes, pero la ocupación de la zona fue resistida por los jívaro, quienes en 1894 protagonizaron algunos ataques a poblados de mineros y caucheros dificultando el tránsito en el Marañón. En la zona occidental, los hacendados de Uctubamba y Chachapoyas procuraron abrirse paso al Marañón-Amazonas a través del territorio Awajún provocándose continuos enfrentamientos y un relativo avance de la frontera con el establecimiento de un camino y algunas barracas para el co¬mercio. Esta continua resistencia es la que explica que el territorio jívaro al oeste del Pongo de Manseriche no se constituyera en región de correrías para reclutar peones caucheros durante el auge de las gomas.

Más tarde, hacia 1930, la zona del río Chirinos y Chinchipe se hizo atractiva para la minería y hubo un período de auge de la minería de oro en la región pero la tec¬nología empleada limitó la continuidad de la explotación y las vetas auríferas fueron progresivamente abandonadas. No obstante al momento de la guerra de 1941 se especulaba acerca del potencial aurífero de toda la región en disputa. El geógrafo norteamericano, George McBride encargado de los estudios aerofotográficos para la delimitación de la frontera señaló en su informe final de 1949: “Más al este, a lo largo de las colinas occidentales, norteñas y orientales de la Cordillera del Cóndor, hay depósitos de oro que, en alguna oportunidad, rindieron buenas utilidades, pero que ahora se hallan mayormente abandonados. Algunos consideran que estos depó¬sitos constituyen una riqueza potencial de las regiones en litigio comparable con la producción de petróleo prevista. Otros consideran que los depósitos de oro se hallan casi agotados” (McBride 1996: 119). Mientras las antiguas vetas auríferas oro colonia¬les habían dejado de ser explotadas de forma intensiva en los ríos Cenepa, Santiago y Marañón se explotaba oro aluvial en pequeña escala el sin emplear mercurio (Se¬rrano Calderón de Ayala 1995).

En épocas recientes el interés por la minería de oro en la Cordillera del Cóndor se originó a fines de la década de 1970 cuando se redescubrió en la zona de Nambija (Ecuador), en el flanco más occidental de la Cordillera, una veta de oro de muy bue¬na ley en sitios antiguos de laboreo inca. A raíz de estos hallazgos se produjo una estampida de mineros hacia la región. Pero a medida que las vetas superficiales se fueron agotando los mineros avanzaron hacia el noreste, ya sobre las laderas de la Cordillera del Cóndor. Poco después ocurrió un derrumbe masivo de los socavones de arenisca de la zona de Nambija. Este tuvo por resultado el ingreso de empresas mineras asociadas a grandes capitales que desplazaron a los pequeños mineros quienes avanzaron masivamente hacia el noreste a lo largo de la frontera, regándose por el bajo Nangaritza en los sectores Machinaza, Río Blanco, y El Zarza, siguiendo caminos a los puestos fronterizos y los ríos.

Cuesta, José Martín. S.J. (1984-89): Jaén de Bracamoros. Historia, evangelización, siglos XVIII-XIX. Lima: Librería Studium. 5 volúmenes.
Fournier Coronado, Eduardo (Crl.) (1995): Tiwintza con Z. El Conflicto Peruano-Ecuatoriano 1995. Lima.
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Guallart, José María, S.J. (1990): Entre el Pongo y la Cordillera. Historia de la Etnia Aguaruna-Huambisa Lima: Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica.
Hocquenghem, Anne-Marie (s/f): Los Guayacundos de Caxas y la sierra piurana, siglos XV y XVI . Lima: CIPCA / IFEA.
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McBride, George (1996): Frontera Peruano-Ecuatoriana. Selección de Memoranda e Informe final de George McBride. Lima: Revista Diplomática del Perú
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© Fotos por Marco Huaco. Todos los derechos reservados.
© Texto extraído del informe de investigación “Crónica de un engaño” del Equipo de Investigación de ODECOFROC. Todos los derechos reservados.